Tomé el bus de siempre, pero me bajé en el último paradero. Era un bosque. Alrededor apenas habían algunas tiendas, un par de restaurantes. Entré a uno y me sentí un poco forastero. Pedí una trucha con arroz. Disfruté cada bocado. Sentí que estaba de vacaciones.
Pagué la cuenta y caminé hasta llegar a un puente. Allí estaba el hombre que había pescado mi trucha. Intercambié algunas palabras con él. Tenía cara de no necesitar nada en la vida. Me quedé contemplando el río de donde había salido mi trucha, y la imaginé moviéndose debajo del agua. La trucha también me daba la imagen de un ser que no necesitaba nada. El pescador tenía sus truchas, las truchas tenían su río, los árboles tenían un sol.
Tomé el bus de regreso a la ciudad. Mientras observaba con nostalgia las pequeñas casas del bosque, tuve la sensación de que el pescador era millonario. Que había recorrido todo el mundo hasta encontrar ese río con truchas, y que luego había enterrado todo su dinero por allí cerca. Que solo se había llevado consigo algunos billetes, los suficientes para rentar una pequeña casa, y comprar una caña de pescar.
Cuando el bus llegó a la ciudad, sentí que la nostalgia tenía sabor a pescado.
viernes, 11 de abril de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
5 comentarios:
Y la mía tiene olor a capullitos de alhelí
Se me antojan, saladas las escenas.
Saludos.
vaya, me acordé cuando pescaba con mi papá, y me dio un poco de hambre también...están buenas las escenas como para grabarlas en video, cuando el hombre mira por la ventana del bus y se aleja del bosque....o a la trucha debajo del agua....chévere!
Las imágenes son muy buenas eh, me han agradado bastante y explicado y narrado así, tiene mas sabor.
A veces la nostalgia se disfraza de lo más cercano!!!
Luis Carlos.
www.escritosdeunvagababundo.blogspot.com
Publicar un comentario